lunes, 30 de abril de 2012

Otro relato más

El título habla por si mismo. A continuación os dejo un relato que escribí hace un par de meses y que comparto ahora por simple y pura pereza. A ver qué os parece.



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ÚLTIMA OPORTUNIDAD



-Señor, ya ha llegado. ¿Le hago pasar?
-No, hazle esperar unos minutos y luego dale paso.
-Muy bien, señor. Sus deseos son órdenes, señor.

El Alcaide se acomodó en su confortable sillón y entrelazó los dedos sobre la mesa. Le gustaba crear una sensación de ansiedad en sus visitantes antes de tratar con ellos. Los hacía más dóciles.

Mientras esperaba a que pasaran los minutos, abrió el cajón superior de su escritorio, comprobando que el paquete que debía entregar siguiera allí. Y así era.

Como si pudiera salir él solito de aquí, pensó burlándose de sí mismo.

-Señor, el visitante lleva esperando más de diez minutos. ¿Le hago pasar ya? –preguntó la voz de su secretario desde el otro lado del interfono.
-Sí, que pase.
-Así se hará.

La puerta doble de madera maciza se abrió lentamente, de forma titubeante, y asomó por entre sus hojas una cabeza pequeña y morena cuyo rostro estaba pintado por el más absoluto terror.

-Si no cruzas el umbral no vamos a poder mantener nuestra reunión. ¿Te importaría pasar y sentarte? –invitó El Alcaide.
-Eh… S-sí, claro…

El joven de piel morena y cabello corto entró y cerró las puertas con sumo cuidado, tratando de no irritar a su anfitrión. Una vez juntadas las hojas, se quedó de espaldas al escritorio donde estaba sentado su interlocutor, reuniendo el poco valor que era capaz de encontrar en su interior. Acto seguido, se giró, avanzó unos pasos y se sentó pesadamente sobre la rígida silla que había frente al escritorio, la cual estaba perfectamente clavada al suelo.

-¿Es esto necesario? –preguntó el joven.
-Señor Beltrán, dudo que esa sea la pregunta que realmente quiere hacerme.

Beltrán lo miró con recelo y volvió a apartar la mirada para preguntar:

-¿Estoy muerto?
-Así es.
-¡Pero yo no debería estar en el Infierno!
-Creo que ha reunido méritos más que de sobra para que lo ubicásemos aquí, la verdad…
-¡El robo fue por necesidad! –insistió Beltrán desesperado.
-El robo fue necesario porque usted ya había cometido errores antes, y éstos lo propiciaron.
-Tenía que hacerlo…
-Explíquese –pidió El Alcaide con una sonrisa de lo más siniestra.

Beltrán volvió a apartar la mirada antes de responder:

-Mi hermana está enferma y necesitaba dinero para poder pagar el médico.
-Para eso existe la seguridad social, ¿no? –contraatacó El Alcaide con sarcasmo.
-Sí, pero nadie se atrevía a operar su tumor, así que tuve que recurrir a la medicina privada. Pero las facturas estaban siendo imposibles de pagar y tuve que pedir ayuda.
-Y ese fue tu segundo error: recurrir a la mafia.
-Sí, fue un error, pero necesitaba su dinero.
-Sigo sin entender cómo terminaste en un camión blindado y corriendo a ciento veinte kilómetros por hora por el parque de El Retiro…
-Como pago por su préstamo, los mafiosos me obligaron a robar un furgón lleno de dinero. Ellos debían entretener al conductor y al guardia mientras que yo me llevaba el furgón –Beltrán hizo una pausa-. Pero al arrancar el motor me llevé por delante una farola y casi atropello a varios niños. En pocos minutos tenía encima a varios coches patrulla.
-Eso sigue sin explicar cómo te las ingeniaste para empotrar un furgón blindado de varias toneladas contra el pedestal de la estatua del Ángel Caído, reduciendo en un cincuenta por ciento la cantidad de efigies mías sobre la tierra. ¿Te importaría explicarme eso? –La voz de El Alcaide fue subiendo conforme las palabras salían de su boca, al igual que Beltrán se encogía de terror con cada sílaba pronunciada.
-Si le sirve de consuelo, la estatua no le hacía honor a su belleza real, señor Satán…

El Alcaide desvió instintivamente su mirada hacia un espejo de cuerpo completo que se encontraba tras Beltrán, junto a la puerta de su despacho. En él se veía su reflejo, un hombre de casi metro ochenta con una media melena castaña que le enmarcaba sus bellas facciones, un impresionante traje de chaqueta íntegramente negro a excepción de la corbata carmesí. Su furia se redujo levemente, de forma casi imperceptible, pero fue lo suficiente para no aplastar al aterrorizado joven que tenía frente a su escritorio.

-Si vas a utilizar alguno de los nombres que me habéis puesto los humanos, mejor que sea Lucifer. Me pega más.
-Por supuesto, señor Lucifer –respondió Beltrán, forzándose por no echar a correr hacia la puerta-. ¿Y cual es su verdadero nombre, si no le importa decírmelo?
-Si te lo dijera tendría que matarte. Y del lugar a donde te mandaría sí que no ibas a poder volver.
-¿Eso significa que puedo volver? –preguntó Beltrán atónito.
-Existen dos formas de volver a la superficie. La primera es la más común, y es pasar aquí una cantidad de tiempo equivalente a los pecados cometidos. Al fin y al cabo, este lugar es una cárcel, y con el Alcaide más poderoso de la historia de la humanidad.
-¿Y cuánto tiempo tardaría en volver a ver a mi hermana?
-Tardarías ciento dos años en volver arriba, pero no conservarías tu aspecto, sino que volverías a nacer, y sería en el seno de una familia aleatoria.
-¿Y el otro método? –preguntó con recelo.
-El otro método es el motivo por el que te he hecho llamar.

El Alcaide se levantó de su sillón y se dirigió al enorme ventanal que había en un extremo del enorme despacho y el cual estaba tapado por una gruesa y opaca cortina. La descorrió de un tirón y abrió las puertas que daban a un amplio balcón. Tras salir al exterior llamó a su nuevo huésped:

-Venga aquí, señor Beltrán.

El joven obedeció y se levantó inmediatamente, como impulsado por un resorte. En unas pocas zancadas recorrió el espacio que lo separaba de su anfitrión y pudo ver por primera vez el aspecto del infierno que se encontraba bajo el planeta. Una interminable explanada yerma se extendía alrededor del edificio de El Alcaide, y, diseminadas por doquier, había enormes cúpulas de tierra que no permitían ver su interior. Absolutamente desorientado, Beltrán miró a su interlocutor en busca de una respuesta.

-¿Desconcertado? ¿Esperabas fuego y criaturas grotescas?
-Habría sido demasiado… Grotesco… Pero aún así no imaginaba esto.

Tras una larga pausa, el joven volvió a hablar:

-¿Qué hay dentro?
-Celdas. Cada cincuenta años se crea una nueva cúpula donde van a parar todas las personas que son enviadas al Infierno a lo largo de cinco décadas, fecha en la que se crea una nueva cúpula. Las más pequeñas son las que más tiempo tienen, mientras que las grandes son las más nuevas. La verdad es que es increíble al ritmo al que os reproducís…
-¿Y yo voy a ir a parar a una de esas?
-Confío en que no, la verdad –respondió El Alcaide-. ¿Qué sabes sobre apuestas divinas?
-Que tienen algo que ver con deidades.
-Hay que ver lo que se te suelta la lengua cuando te da el aire fresco…

Beltrán miró a su alrededor, tratando de ver a lo que se refería con ‘’aire fresco’’, pues hacía más calor del que jamás había soportado.

-Te daré una clase de historia que seguro que tus profesores no se encargaron de proporcionarte. Hace tanto tiempo que ya no soy capaz de contarlo, el ser al que llamáis Dios y yo compartíamos la tarea de establecer un mundo donde un sinfín de criaturas pudieran vivir en perfecta estabilidad y harmonía. Y eso fue posible durante millones de años, hasta que una de las muchas especies de primates comenzó a evolucionar, dando lugar a una raza nueva y con capacidad para planear, superar situaciones que se escapaban a su poderío físico e incluso de acabar con criaturas mucho mayores que ellas mismas.
-Homo sapiens…
-Veo que eres más inteligente de lo que me has parecido en el momento en que atravesabas mi estatua como un kamikaze…
-Sabía que teníais un total dominio sobre el Infierno, pero no tenía ni idea de que también dominaseis el sarcasmo… -susurró Beltrán, creyendo que no se le había oído.

El Alcaide le lanzó una mirada fulminante.

-Una falta de respeto más como esa y te lanzo de cabeza a tu celda.
-Muy bien, muy bien. Ya me callo.
-Como iba diciendo, esas criaturas fascinantes comenzaron a desarrollarse más allá de las capacidades físicas y comenzaron a tramar y a crear. Y no tardamos en darnos cuenta de que esa capacidad los estaba volviendo excepcionalmente cínicos. Más allá del afecto que demostraban los unos por los otros, lo que realmente veíamos era un sadismo fuera de lugar: mataban animales sin tener hambre, disfrutaban del sufrimiento ajeno y llegaron al punto de matarse los unos a los otros sin motivo alguno. Te mentiría si te dijese que mantuvimos la calma. Dios estaba desesperado, veía como una sola especie en decadente evolución comenzaba a hacerse con el control de todo lugar donde posase su vista, destruyendo así nuestro idílico mundo.
-¿Ahora viene la parte de la gran inundación?
-No deberías creer todo lo que se te dice –lo reprimió El Alcaide-. Una vez visto que el mundo iba camino de convertirse en un caos, me aproveché de la insuperable competitividad de Dios para hacerle una apuesta. Le dije que separásemos nuestro reino en dos, un lugar paradisíaco donde llevar a aquellos que muriesen habiendo sido personas de provecho, sin haber cometido ningún delito grave en toda su vida, para compensarles por su rectitud, y un lugar de castigo y reclusión donde encarcelar a los que, por el contrario, cometiesen crímenes contra sus semejantes o contra el mundo que les creamos.
-¿Y dónde encaja en esa apuesta el hecho de liberar a los presos?
-Digamos que mi objetivo no era ganar, sino dar a los humanos la oportunidad de decidir su destino, y tras ver como mis cárceles se llenaban con una rapidez pasmosa, decidí darle la posibilidad a esos humanos de volver y hacerlo bien, aunque de poco ha servido, porque casi todos han vuelto.

Beltrán miró pensativo al abismo que se extendía bajo el balcón.

-Pero hay algo que no me cuadra. ¿Cuándo se finalizaría la apuesta? ¿Y cual es el premio?
-Finalizará cuando uno de los dos consiga reunir a un billón de humanos en su respectivo plano. Y el premio… bueno, yo no lo llamaría tal cosa.
-¿Y es…?
-Si el paraíso de Dios consigue albergar a un billón de humanos, la tierra se salva. Si el Infierno se llenase con un billón de humanos, subiré a la tierra y barreré todo atisbo de vida del planeta, comenzándolo todo desde cero.
-¿Qué? –gritó Beltrán.
-Todos los humanos que en ese momento permanecieran incorruptibles, entrarían en el paraíso de Dios, pero en cambio, los que permaneciesen en el Infierno o hubiesen mancillado su alma irían directos a la Nada.
-Eso no suena nada bien…
-Es comprensible, la Nada significa la no-existencia. Es el último paso que todo humano debe seguir.
-Pero todos los animales y plantas perecerían… -lo recriminó Beltrán.
-No de forma permanente. Renacerían a las pocas horas reconvertidos en otra especie dentro de su misma familia animal o vegetal.

Beltrán calló durante largo rato y, al final, se dirigió a El Alcaide.

-¿Cuánto queda para llenar el Infierno?
-Eres muy perspicaz… Sí señor, muy perspicaz…
-Sigo esperando una respuesta…
-Cien humanos.
-¿Qué? –volvió a gritar el joven.
-Y ahí es donde entras tú. Te he elegido para que subas de nuevo y entregues un mensaje de mi parte. Quedan dos días para que un grupo de setecientos humanos renazcan en la tierra, otorgando una pequeña oportunidad de redención, pero si en las próximas cuarenta y ocho horas mueren cien personas, el planeta estará acabado.
-¡Pero es que nadie me va a creer! ¿Cómo iba alguien a tragarse que Dios y el Diablo existen y que si no son buenos la tierra lo pagará?
-Te dije que me llamaras Lucifer –dijo El Alcaide con el entrecejo fruncido.
-Lo siento –respondió Beltrán con la voz crispada.

Acto seguido, su anfitrión giró sobre sus talones y volvió a entrar en el enorme despacho, dirigiéndose a su escritorio, donde se sentó nuevamente. Con un gesto invitó al joven a que lo imitara.

-Por favor, siéntate -insistió.
-Creo que estoy bien de pie –dijo receloso.
-Te ordeno que te sientes –respondió su interlocutor con voz profunda.

Y Beltrán acató su orden. Una vez se dejó caer sobre la incómoda silla, El Alcaide se inclinó hacia un lado y extendió su brazo hasta alcanzar el cajón más bajo de su escritorio, el cual abrió, extrayendo su contenido y dejándolo sobre la mesa.

-¿Eso es…?
-Una lámina de diamante. En su superficie he escrito las palabras ‘’Beltrán cuenta la verdad. Firmado, Lucifer’’. Lo he escrito en los cinco idiomas más utilizados en el mundo: mandarín, español, inglés, árabe y bengalí. Así cualquiera podrá leerlo.
-Cualquiera podría haberlo hecho. Lo tomarán como una falsificación.
-Tan solo en el centro de la tierra existen diamantes de ese tamaño, y tan solo yo puedo tallar en el diamante dejando rastros de azufre fusionados con el diamante, detalle que los científicos humanos serán capaces de identificar con facilidad.
-¡Pero es que no me van a creer!
-Ese es tu problema, no el mío. Eres tú quien debe encargarse de evitar que yo gane la apuesta.
-¿Pero por qué?
-Porque, tras tantísimos años de competitividad, si no tuviera este pequeño incentivo, no me quedaría nada. No quiero ganar esa apuesta. Al menos por ahora.
-No, quiero decir que por qué me has elegido a mí –gritó Beltrán con los ojos fuera de sus órbitas-. ¿Por qué has dejado el futuro de más de un billón de personas en mis manos?

El Alcaide se recostó sobre el respaldo de su sillón, entornando los ojos unos instantes mientras alzaba la vista al techo, pensativo. Tras unos cuantos segundos de cavilación, bajó la mirada hasta cruzarla con la de Beltrán, y dijo:

-Porque has destruido mi estatua.



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Confío en que os haya gustado. Tanto si es así como si no, dejad un comentario, que tan solo os llevará unos segundos. Jajaja.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Segundo Relato. Más corto y más intenso.

Pues eso, que hace poco creé este relato como regalo de cumpleaños para una amiga y me permito la licencia de compartirlo por aquí.
Espero críticas positivas o CONSTRUCTIVAS.

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SIN TÍTULO

Tres gotas de sangre.

Es la cantidad que he desperdiciado en ésta ocasión. Me relamo lo labios y cierro los ojos mientras noto los últimos dos latidos de mi presa bajo el peso de mi cuerpo. Mis rodillas están clavadas en su espalda, inmovilizándolo, y mis manos aún sujetan su cabeza contra el suelo para dejar su garganta al descubierto, aunque ya he drenado completamente su cuerpo. Junto a su cara, desfigurada por el terror previo a su muerte, tres pequeñas gotas rojas forman un triángulo perfecto.

Visualizo las tres gotas tras mis párpados mientras noto como la sangre caliente termina de descender por mi garganta y se vierte en mi estómago. He bebido cuatro litros; no suelo excederme al alimentarme, pero tras cinco días sin probar una sola gota, la ansiedad comenzaba a guiar mis actos. La sangre, al contrario que la comida ‘’normal’’, no se espera en el estómago a ser digerida, sino que pasa directamente a los intestinos, donde los nutrientes son absorbidos y enviados rápidamente a mi torrente sanguíneo.

En, como mucho, cincuenta minutos, todo el líquido ingerido saldrá de mi cuerpo, con lo que tengo que apresurarme en volver a casa. No es tan atractivo como en las novelas, pero nada puedo hacer para remediarlo…

Comienzo a notar como mis fuerzas se restauran y como mis heridas se regeneran, provocándome una picazón allí donde mi comida me ha apuñalado intentando defenderse. Tres agujeros finos e irregulares muestran mi pálida piel a través de mi vestido, que ha pasado del azul oscuro al granate en pocos minutos. Se que no debo hacerlo, pero mientras avanzo por las calles solitarias, me rasco bajo la clavícula, allí donde se está curando el primer impacto de su navaja. Pica horriblemente, y por culpa de mis rascadas quedará cicatriz.

Como dije antes, no suelo ser tan descuidada al alimentarme, pero ese cabrón de Theodore se llevó mi alijo hace cinco días dejándome a mi suerte. Pretende echarme de su territorio, y no le culpo. A nadie le gustan los parias, y yo soy una de las peores. No me malentiendan, no voy buscando pelea, pero tengo una especie de imán para los problemas gordos, y siempre hay algún clan que se ve afectado. Hace apenas seis meses que comencé a vivir a estas alturas de la isla, y ya me avisó en su momento: ‘’Si la lías, te vas fuera. Y no habrá avisos’’.

Theodor no es mal tío, pero se preocupa exclusivamente de si mismo y de sus afiliados, y como me negué a unirme a él, no entro en su ‘’círculo’’. Vivir como una paria tiene sus ventajas, principalmente la libertad de movimientos, pero siempre estás expuesto, nadie te protege o te suministra la sangre, así que te toca cazar. Y lo más importante, no puedes cazar en los territorios de los clanes, sobretodo en el territorio del clan que te permite vivir entre ellos. El perro no debe morder la mano del humano que le permite vivir en el jardín, al igual que un paria jamás debe morder la mano del clan que le permite pasearse libremente por sus límites.

Lo más normal es que, cuando salgo de caza, me limite a sacar un par de litros (con material médico, es decir, aguja, tubo y bolsas de sangre) a algún yonqui o algún mendigo, alguien a quien nadie vaya a echar de menos, y una vez pasa el efecto del cloroformo se despiertan tan frescos y se creen que se han desmayado. Eso es lo normal, pero como dije, cuando pasas mucha hambre siendo de mi condición (la cual no hace falta que especifique), no te guía la lógica, sino el instinto de caza.

Ahora que lo pienso, creo que no he limpiado ni el escenario del crimen… Theodor me dará algo más que un aviso…

Aprieto el paso, intentando llegar a mi casa antes de que empiece a apretarme la vejiga, pero el ruido de un mendigo arrastrando lastimosamente un carrito de la compra con todas sus pertenencias casi hace que me mee encima. Trato de serenarme sin bajar el ritmo, ya que no estoy segura en las calles de Manhattan, ni siquiera con mis fuerzas renovadas.

Sobre el hambre, en realidad se poco. Hace relativamente poco que entré en este mundillo, aunque me han dicho que pasar de los dos años ya es un logro, así que no tengo toda la información que quisiera, pero se lo más importante: si bebes cada dos o tres días, tus instintos están apaciguados y tus sentidos completamente alerta. Incluso tu regeneración habitual se ve alterada.

Me palpo la herida del vientre con la mano y compruebo que la sangre ya lleva un rato coagulada y que la carne comienza a juntarse. Hago un esfuerzo titánico para no rascarme. Como todo proceso de curación, pica, y mucho; pero al ser un proceso tan rápido, todas las sensaciones que deberías notar a lo largo de las semanas, lo notas en pocas horas. Resulta tan desagradable como práctico.

-Pero si es la sanguijuela de la Avenida A.

Mierda.

-Hola, Theodore.
-¿Sabes que me ha contado un pajarito?
-Si ha sido Héctor, debe haber sido un pajarraco gordísimo.

Theodor descarga un puñetazo fortísimo en mi vientre. La herida se me abre y suelta un escupitajo de sangre en el interior de mi vestido que mancha mis bragas.

-Si, ha sido Héctor. Es lo que pasa cuando te pasas de lista, que la gente desconfía.
-¿Tan inteligente te parezco? ¿O es que me estás tirando los trastos? Ya deberías saber que no soy tan facilona…
-Si no cierras la boca, te la tendré que cerrar yo…
-¿Ya pretendes amordazarme? Al menos invítame a cenar primero…

Tercer error de la noche. Descarga un puñetazo que se dirige a mi clavícula herida, pero meto la mano por medio y la golpea con fuerza. La puñalada que atraviesa mi palma de lado a lado escupe sangre sobre mi cara. Siento la tentación de lamerla, pero tan solo serviría para hacerme un agujero en los intestinos. No… un trago de sangre infectada no es lo que mejor me puede venir ahora…

-Has incumplido la segunda norma.
-¿Ponerme las mismas botas dos días seguidos?

Esta vez si alcanza mi clavícula, que cruje bajo el peso de su golpe. Voy a necesitar bastante sangre para curar eso.

-Mira, si quieres que me vaya de tu territorio, pégame la paliza que ambos sabemos que me vas a dar, yo me arrastro hasta un agujero hasta que me pueda mover, y me largo en cuanto me pueda poner de pie. ¡Y todos contentos!
-No es tan sencillo, Sonia. Has matado a un hombre inocente en nuestro territorio, partiéndole dos costillas y dejándole una preciosa marca dental en el cuello. ¡Eso sin olvidar que le falta toda la puta sangre!
-¿Al sol?
-Al sol.

La cagamos.

-Sabes que es totalmente innecesario, ¿no? Es decir, pasará de ser un crimen que no podréis explicar a ser dos, ¡y uno de ellos será una momia ensangrentada con los ojos como pasas! ¡No te beneficia en nada!
-Lo que no me beneficia es dejarte con vida. Ya me advirtieron los del sur: ‘’si dejas que entre, no pasará un día sin que desees echarla’’.
-Ésos son unos gilipollas charlatanes.
-Unos gilipollas charlatanes que tienen toda la razón. Así que házmelo fácil y ven conmigo.
-Y una mierda…

Cuarto error de la noche. Puede que yo me acabe de pegar el festín de mi vida, pero Theodor, como jefe de clan que es, se bebe dos putos litros diarios. Vamos, que está hasta las cejas de sangre y la única forma de matarlo es una bomba con fuerza suficiente para desintegrar a un elefante o una ametralladora Gatling. Es como el Increíble Hulk pero escuerzo y con gafas de pasta. Ah, y con un corte de pelo de niño pijo. Comienzo a entender el porqué me cuesta tanto tomarlo en serio…

Los primeros tres golpes los noto, pero a partir del cuarto me vuelvo insensible. Ha cometido el error de darme el primero en la cabeza, que me ha mareado lo suficiente para caer en un estado de semiinconsciencia en el que la paliza propinada surte menos de la mitad de efecto. Si salgo de ésta, le daré clases prácticas de intimidación física…

No se cuanto tiempo ha pasado, pero estoy segura de que han sido más de veinte minutos. Me sangra toda la cara y tengo algunas costillas rotas, a parte de la clavícula y, casi seguro, alguna fractura en la cadera. Los huesos me queman, intentando sanar las fisuras que acabo de recibir, pero Theodore no me permite un respiro y comienza a tirar de mí en dirección a la sede de su clan. Bueno, a la sede que yo conozco.

Se a donde me lleva porque veo de pasada un cartel publicitario del disco de Paris Hilton mientras tira de mí. El último cartel que queda y sobre el cual se ha vertido más semen que en un banco de esperma.

-¿Qué crees que haces?

Esto se pone interesante. Un transeúnte con aspiraciones heroicas va a recibir el mayor castigo físico de su vida.

-Creo que la chica no quiere ir contigo.
-No me jodas.
-Suéltala, jovencito.
-Que también seas un chupa-sangre no significa que seas mayor que yo.

Theodore suena casi tan irritado como hace media hora, cuando se cruzó conmigo. Como éste tipo lo haga enfadar más que yo, me voy a tener que poner seria.

-Mira, jovencito, soy mayor que cualquiera en esta ciudad.

No me jodas que…

-¿Tú eres…?
-Las presentaciones son innecesarias. Suéltala.
-¿Sabes? Me vienes que ni caído del cielo. Justo cuando necesitaba un poco de ayuda electoral, viene alguien como tú para que demuestre mi fuerza.

Con los ojos hinchados por los golpes, apenas soy capaz de ver como dos sombras se echan la una contra la otra y que una de ellas sale volando por los aires. La sombra que aún permanece de pie se acerca y me ayuda a incorporarme.

-¡Me bastaba yo sola!
-No lo parecía…
-¿Qué cojones haces tú por aquí, Damian?
-Encargarme de mis errores.
-¿Y yo soy tu error?
-Lo eres cuando te dedicas a alimentarte de gente inocente de una forma tan sucia.

Noto sus manos bajo mi mandíbula. Con una sujeta mi nuca y con la otra mi barbilla.

-No se repetirá. ¡Lo juro!
-Me pienso encargar de ello…

Y gira mi cuello.


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¿Que os ha parecido?

lunes, 11 de abril de 2011

Sin Título

Abandoné este blog hace aproximadamente millones de años, puesto que no tenía nada que decir en él. A estas alturas tengo algunas cosas que podría decir, pero prefiero obviarlas porque aún no hay nada seguro.

Para celebrar la reapertura del blog, cuelgo un microrrelato que escribí hace más de un año. Espero que os guste.




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SIN TITULO

Leonard Akroyd. Es mi nombre para esta misión. No es fácil conservar la cordura cambiando de nombre cada pocos días, semanas o meses, pero es una de las pegas de ser asesino. Me gusta mi nombre, es como poético, ¿no?

Nos hace fríos e insensibles. Eso dice mi maestro. Sin un nombre no arraigamos ningún sentimiento hacia la persona que nos lo puso y evitamos crear lazos afectivos. En esencia es la razón, pero el maestro no ha mencionado nunca que sin nombre no nos pueden identificar, con lo que él sigue engordando su pomposo culo en un sillón junto a la chimenea y nosotros le ganamos dinero matando gente. Precioso.

Sin esos lazos afectivos hacia nuestros seres cercanos tampoco desarrollamos empatía hacia nuestras victimas, y eso si es importante. No somos crueles, pero matamos. No somos malos, pero segamos vidas. No nos creemos Dioses, pero nos comportamos como tales.

En el último año he matado a cuarenta y dos personas. En el último lustro he matado a trescientas nueve. En mi vida... he perdido la cuenta...

La vida del asesino es solitaria. Recibimos la misión, el nombre, los datos de la víctima. Entramos en nuestros aposentos, recogemos nuestras armas, ropa y el dinero de manutención típico de cada trabajo y nos ponemos en marcha. Está prohibido contratar cualquier medio de transporte a menos de ochenta leguas de la mansión para evitar levantar sospechas; es bastante lógico, pero no hay novato que no vuelva de sus misiones sin callos. Triste pero cierto.

Una vez sobrepasado el perímetro de seguridad pagamos a algún cochero para que nos lleve en carromato, alquilamos un caballo o, si eres muy atrevido, compras un viaje en una locomotora. Yo personalmente prefiero robar un caballo. Es algo más... gratis.

No hay demasiadas dificultades en llegar a la ciudad donde vive el objetivo, pero por desgracia, últimamente la policía empieza a mejorar bastante. Hace un par de años pillaron a uno de mis hermanos de cofradía porque el muy idiota se cortó y dejó un rastro de gotas de sangre. Hasta hace dos años era impensable que un asesino de su cofradía fuese pillado. Los próximos años van a ser difíciles para los de mi oficio. Pero si mis cálculos son exactos, en un máximo de seis años estaré muerto o jubilado, y el cambio no me afectará. Seguramente muerto.

Mis hermanos y yo somos muy diferentes. Hay quien trabaja con hilo, otros prefieren hacer su trabajo más elaborado y que parezca un accidente, también los hay que usan venenos, ya se sabe que el veneno es el arma de las mujeres, así evitan levantar sospechas y las culpas recaen en la viuda; y luego están los que son como yo. Cuchillos, dagas, abrecartas, pica-hielos... Si mata me sirve.

Con respecto al comentario anterior, si, también hay hermanas en esta organización, y ellas si que son crueles. Te hacen sufrir de tal forma que deseas que te maten. ¿Te imaginas? Un asesino profesional, sin miedo al dolor, sin miedo ni al mismo Diablo, pero temblando ante la posibilidad de que una mujer menuda y de brazos aparentemente débiles te coja por banda, ya que seguramente empiece por quebrarte los todos huesos del cuerpo.

Solo de pensarlo me recorre por la espina dorsal un escalofrío que me hace estremecerme.

Y lo peor no acaba ahí, lo de convertirte en un saco de carne sin movilidad es solo el principio, luego viene la tortura...

Pero todo esto no importa ahora. Estoy en medio de una misión y no puedo fallar. Mi objetivo es un hombre rico de las afueras de una ciudad inglesa. No diré el nombre porque es material confidencial, pero es muy rico y sus hijos están a punto de ser desheredados, lo cual los ha cabreado lo suficiente como para contratar a mi maestro.

Solo hay una condición en el contrato, que no deje pruebas. Estas cláusulas me encantan.

Sobretodo porque es mucho más simple que las cláusulas habituales. Pero eso es harina de otro costal...

Llevo seis días siguiéndolo de incógnito. Por suerte tengo una cara lo suficientemente común como para que sea imposible acordarse de mis rasgos, con meterme entre una multitud de más de quince personas ya resulta imposible reconocerme.

El sujeto en cuestión seguía unas pautas rutinarias y aburridas a diario. Al amanecer se despierta, desayuna en la cama, se viste con uno de sus trajes negros y rojos, sale con su guardaespaldas a comprar el diario, se toma una pinta de cerveza en un bar cercano, pasea hasta un río cercano y lee el diario durante un par de horas, vuelve a la mansión a comer, duerme un par de horas, coge un libro de su enorme biblioteca y se sienta en un sillón junto a la chimenea hasta la cena, su mayordomo le sirve la comida, y vuelve a la cama hasta el amanecer siguiente.

Redundante, una rutina sumamente redundante. Por suerte el asesinato no será complicado, lo único que se interpone entre mi objetivo y yo es ese jodido guardaespaldas. Odio los guardaespaldas, no sirven para nada excepto para morir justo antes que sus protegidos. ¿De que sirve que des tu vida por alguien si lo dejas desprotegido para que puedan acabar el trabajo después?

Pero ya tengo pensada la estrategia. He tenido que gastar más dinero del que esperaba, pero es imposible que falle. Mientras lees estas líneas me estoy encaminando a la mansión; va a ser la tercera vez que entro en el recinto: la primera fue hace dos días, justo después de que el dueño se fuese, hice misión de reconocimiento (el asesinato debe ser en su habitación, la mejor forma de entrar es por la puerta de la cocina, subiendo por las escaleras que conectan las cocinas con la habitación del dueño), la segunda vez fue ayer, para colocar el entretenimiento, y la tercera es en este mismo momento.

Acabo de saltar el pequeño muro de dos metros. Por suerte el dueño no soporta a los animales, si no un buen par de perros habrían hecho la misión mucho más difícil. Me dirijo al muro de la biblioteca, donde escondí el entretenimiento, una carga de dos kilos y medio de dinamita. No fue excesivamente difícil esconderlo ya que el jardinero solo visita la finca dos veces por semana, lo que convierte a los arbustos que crecen bajo la ventana de la biblioteca en un escondite perfecto.

Tan solo tengo que desplegar la mecha lenta de seis metros todo lo que pueda para que me dé tiempo a llegar hasta la puerta de las cocinas. Los cinco cartuchos están fijados a la pared de la casa con un adhesivo de savia y resina, las yescas listas. Solo una chispa y a correr.

Golpeo las yescas contra uno de mis puñales, no pasa nada. Un nuevo intento, esta vez si salen chispas, pero ninguna prende la mecha. Noto los latidos de mi corazón contra los tímpanos. Nunca me había pasado esto. Una tercera vez.

Empiezo a impacientarme. Decido jugármela y hacer más ruido, golpeo tres veces seguidas la hoja del puñal. ¡Por fin! Pero he de darme prisa y llegar hasta las cocinas o el guardaespaldas me sorprenderá en las ruinas de la biblioteca. Piso con seguridad el mullido césped de la finca, es imposible que haya ruidos, yo mismo verifiqué que no hubiera nada que me entorpeciera cuando hiciese este camino.

Los últimos tres pasos los salvo de un salto ágil y felino. En dos segundos debería...

BOOM

Como si estuviese programado... Es el momento de la fase dos, infiltración. Abro la puerta con suavidad, sin prisas, no va a chirriar, yo mismo engrasé todas las puertas desde el jardín hasta la habitación principal. Las cocinas están vacías y levemente iluminadas por una luz rojiza y titilante. El fuego comienza a devorar los libros de la biblioteca, y en estos momentos debe haber un gorila de un desproporcionado metro ochenta corriendo por las escaleras principales. Guardaespaldas cero, Leonard Akroyd uno.

Las escaleras del servicio se alzan ante mí, sin más demora las subo de puntillas. Tengo que contarlas, la que hace once cruje... Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez... salto... doce... Perfecto. Obstáculo sorteado.

Una puerta frente a mí me separa de mi objetivo, tan solo tengo que entrar, abalanzarme sobre el futuro cadáver y dejarlo descansar. Mi mano se dirige firme hacia el pomo, es un momento crucial, depende de donde esté el dueño me tocará realizar una acción u otra.

Cierro mis dedos alrededor del pomo y giro con suavidad. Nuevamente ni un chirrido. Separo con suavidad la hoja del marco, un haz de luz me da en los ojos durante un instante, pero no es suficiente como para cegarme, tan solo es una vela, o una lámpara de aceite. Miro a través de la ranura, al parecer el plan a surtido efecto, el guardaespaldas no está y el dueño está ataviado con un pijama de terciopelo azul, de pie ante la puerta entreabierta que da a las escaleras principales. El muy inepto espera que lleguen a informarle o evacuarle. Parece a punto de orinarse encima.

Abro el resto de la puerta lentamente, saboreando el momento. Aprovecho cada grito proveniente del piso de abajo para dar varios pasos más hacia mi objetivo, el cual parece estar sudando a causa de la falta de información. Tan solo un par de pasos nos separan, Cojo mi cuchillo favorito de su funda y lo saco con suavidad, sin hacer el más mínimo ruido. Mi mano derecha lo sujeta mientras flexiono los dedos de la izquierda, esta parte es delicada.

Paso mi mano derecha por debajo del cuello del objetivo y me sujeto la muñeca con la mano libre, la izquierda. Trato de girar sobre mí mismo mientras levanto ligeramente del suelo al sujeto; debo cerrar la puerta o un ruido inesperado puede echarlo todo a perder. Pero ese hombrecillo parece ser más duro de lo que pensaba, no me está dejando dominar la situación todo lo que quisiera...

He levantado mi talón izquierdo para empujar la hoja abierta de la puerta, pero el maldito hombrecillo ha aprovechado para desequilibrarme y hacernos caer a los dos. Sigo sujetándolo con fuerza, pero ya no tengo la misma ventaja... el objetivo me ha caído encima y hasta que no le haga perder el sentido me será imposible cerrar la puerta y preparar ligeramente el escenario para evitar sospechas hacia los clientes.

Tras más de cincuenta segundos de forcejeo ha dejado de retorcerse, creo que ha pasado el mayor peligro.

Me levanto apartando el cuerpo inconsciente con cuidado, lo arrastro hasta el borde de la cama, coloco una mano a cada lado de su cervicales y giro con un movimiento seco. Un crujido me confirma el trabajo bien hecho, solo me queda dejar el cuerpo en posición y salir por donde he venido.

Cojo el cuerpo y lo incorporo hasta dejar los hombros apoyados contra la mesita de noche, con la cabeza colgando en un ángulo inverosímil. Me giro hacia la puerta de la entrada con intención de cerrarla y caigo en mi error. ¡No he cerrado la puerta!

Un momento... alguien parece estar en el descansillo... ¡El guardaespaldas! ¿Qué es ese tubo de hierro con el que me apunta?

PUM


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En fin, espero que os haya gustado. Tan solo pido que, si a alguien le gusta lo suficiente para postearlo en su blog, que ponga un link de mi página para que la gente pueda leerlo. Gracias.