lunes, 11 de abril de 2011

Sin Título

Abandoné este blog hace aproximadamente millones de años, puesto que no tenía nada que decir en él. A estas alturas tengo algunas cosas que podría decir, pero prefiero obviarlas porque aún no hay nada seguro.

Para celebrar la reapertura del blog, cuelgo un microrrelato que escribí hace más de un año. Espero que os guste.




***********





SIN TITULO

Leonard Akroyd. Es mi nombre para esta misión. No es fácil conservar la cordura cambiando de nombre cada pocos días, semanas o meses, pero es una de las pegas de ser asesino. Me gusta mi nombre, es como poético, ¿no?

Nos hace fríos e insensibles. Eso dice mi maestro. Sin un nombre no arraigamos ningún sentimiento hacia la persona que nos lo puso y evitamos crear lazos afectivos. En esencia es la razón, pero el maestro no ha mencionado nunca que sin nombre no nos pueden identificar, con lo que él sigue engordando su pomposo culo en un sillón junto a la chimenea y nosotros le ganamos dinero matando gente. Precioso.

Sin esos lazos afectivos hacia nuestros seres cercanos tampoco desarrollamos empatía hacia nuestras victimas, y eso si es importante. No somos crueles, pero matamos. No somos malos, pero segamos vidas. No nos creemos Dioses, pero nos comportamos como tales.

En el último año he matado a cuarenta y dos personas. En el último lustro he matado a trescientas nueve. En mi vida... he perdido la cuenta...

La vida del asesino es solitaria. Recibimos la misión, el nombre, los datos de la víctima. Entramos en nuestros aposentos, recogemos nuestras armas, ropa y el dinero de manutención típico de cada trabajo y nos ponemos en marcha. Está prohibido contratar cualquier medio de transporte a menos de ochenta leguas de la mansión para evitar levantar sospechas; es bastante lógico, pero no hay novato que no vuelva de sus misiones sin callos. Triste pero cierto.

Una vez sobrepasado el perímetro de seguridad pagamos a algún cochero para que nos lleve en carromato, alquilamos un caballo o, si eres muy atrevido, compras un viaje en una locomotora. Yo personalmente prefiero robar un caballo. Es algo más... gratis.

No hay demasiadas dificultades en llegar a la ciudad donde vive el objetivo, pero por desgracia, últimamente la policía empieza a mejorar bastante. Hace un par de años pillaron a uno de mis hermanos de cofradía porque el muy idiota se cortó y dejó un rastro de gotas de sangre. Hasta hace dos años era impensable que un asesino de su cofradía fuese pillado. Los próximos años van a ser difíciles para los de mi oficio. Pero si mis cálculos son exactos, en un máximo de seis años estaré muerto o jubilado, y el cambio no me afectará. Seguramente muerto.

Mis hermanos y yo somos muy diferentes. Hay quien trabaja con hilo, otros prefieren hacer su trabajo más elaborado y que parezca un accidente, también los hay que usan venenos, ya se sabe que el veneno es el arma de las mujeres, así evitan levantar sospechas y las culpas recaen en la viuda; y luego están los que son como yo. Cuchillos, dagas, abrecartas, pica-hielos... Si mata me sirve.

Con respecto al comentario anterior, si, también hay hermanas en esta organización, y ellas si que son crueles. Te hacen sufrir de tal forma que deseas que te maten. ¿Te imaginas? Un asesino profesional, sin miedo al dolor, sin miedo ni al mismo Diablo, pero temblando ante la posibilidad de que una mujer menuda y de brazos aparentemente débiles te coja por banda, ya que seguramente empiece por quebrarte los todos huesos del cuerpo.

Solo de pensarlo me recorre por la espina dorsal un escalofrío que me hace estremecerme.

Y lo peor no acaba ahí, lo de convertirte en un saco de carne sin movilidad es solo el principio, luego viene la tortura...

Pero todo esto no importa ahora. Estoy en medio de una misión y no puedo fallar. Mi objetivo es un hombre rico de las afueras de una ciudad inglesa. No diré el nombre porque es material confidencial, pero es muy rico y sus hijos están a punto de ser desheredados, lo cual los ha cabreado lo suficiente como para contratar a mi maestro.

Solo hay una condición en el contrato, que no deje pruebas. Estas cláusulas me encantan.

Sobretodo porque es mucho más simple que las cláusulas habituales. Pero eso es harina de otro costal...

Llevo seis días siguiéndolo de incógnito. Por suerte tengo una cara lo suficientemente común como para que sea imposible acordarse de mis rasgos, con meterme entre una multitud de más de quince personas ya resulta imposible reconocerme.

El sujeto en cuestión seguía unas pautas rutinarias y aburridas a diario. Al amanecer se despierta, desayuna en la cama, se viste con uno de sus trajes negros y rojos, sale con su guardaespaldas a comprar el diario, se toma una pinta de cerveza en un bar cercano, pasea hasta un río cercano y lee el diario durante un par de horas, vuelve a la mansión a comer, duerme un par de horas, coge un libro de su enorme biblioteca y se sienta en un sillón junto a la chimenea hasta la cena, su mayordomo le sirve la comida, y vuelve a la cama hasta el amanecer siguiente.

Redundante, una rutina sumamente redundante. Por suerte el asesinato no será complicado, lo único que se interpone entre mi objetivo y yo es ese jodido guardaespaldas. Odio los guardaespaldas, no sirven para nada excepto para morir justo antes que sus protegidos. ¿De que sirve que des tu vida por alguien si lo dejas desprotegido para que puedan acabar el trabajo después?

Pero ya tengo pensada la estrategia. He tenido que gastar más dinero del que esperaba, pero es imposible que falle. Mientras lees estas líneas me estoy encaminando a la mansión; va a ser la tercera vez que entro en el recinto: la primera fue hace dos días, justo después de que el dueño se fuese, hice misión de reconocimiento (el asesinato debe ser en su habitación, la mejor forma de entrar es por la puerta de la cocina, subiendo por las escaleras que conectan las cocinas con la habitación del dueño), la segunda vez fue ayer, para colocar el entretenimiento, y la tercera es en este mismo momento.

Acabo de saltar el pequeño muro de dos metros. Por suerte el dueño no soporta a los animales, si no un buen par de perros habrían hecho la misión mucho más difícil. Me dirijo al muro de la biblioteca, donde escondí el entretenimiento, una carga de dos kilos y medio de dinamita. No fue excesivamente difícil esconderlo ya que el jardinero solo visita la finca dos veces por semana, lo que convierte a los arbustos que crecen bajo la ventana de la biblioteca en un escondite perfecto.

Tan solo tengo que desplegar la mecha lenta de seis metros todo lo que pueda para que me dé tiempo a llegar hasta la puerta de las cocinas. Los cinco cartuchos están fijados a la pared de la casa con un adhesivo de savia y resina, las yescas listas. Solo una chispa y a correr.

Golpeo las yescas contra uno de mis puñales, no pasa nada. Un nuevo intento, esta vez si salen chispas, pero ninguna prende la mecha. Noto los latidos de mi corazón contra los tímpanos. Nunca me había pasado esto. Una tercera vez.

Empiezo a impacientarme. Decido jugármela y hacer más ruido, golpeo tres veces seguidas la hoja del puñal. ¡Por fin! Pero he de darme prisa y llegar hasta las cocinas o el guardaespaldas me sorprenderá en las ruinas de la biblioteca. Piso con seguridad el mullido césped de la finca, es imposible que haya ruidos, yo mismo verifiqué que no hubiera nada que me entorpeciera cuando hiciese este camino.

Los últimos tres pasos los salvo de un salto ágil y felino. En dos segundos debería...

BOOM

Como si estuviese programado... Es el momento de la fase dos, infiltración. Abro la puerta con suavidad, sin prisas, no va a chirriar, yo mismo engrasé todas las puertas desde el jardín hasta la habitación principal. Las cocinas están vacías y levemente iluminadas por una luz rojiza y titilante. El fuego comienza a devorar los libros de la biblioteca, y en estos momentos debe haber un gorila de un desproporcionado metro ochenta corriendo por las escaleras principales. Guardaespaldas cero, Leonard Akroyd uno.

Las escaleras del servicio se alzan ante mí, sin más demora las subo de puntillas. Tengo que contarlas, la que hace once cruje... Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez... salto... doce... Perfecto. Obstáculo sorteado.

Una puerta frente a mí me separa de mi objetivo, tan solo tengo que entrar, abalanzarme sobre el futuro cadáver y dejarlo descansar. Mi mano se dirige firme hacia el pomo, es un momento crucial, depende de donde esté el dueño me tocará realizar una acción u otra.

Cierro mis dedos alrededor del pomo y giro con suavidad. Nuevamente ni un chirrido. Separo con suavidad la hoja del marco, un haz de luz me da en los ojos durante un instante, pero no es suficiente como para cegarme, tan solo es una vela, o una lámpara de aceite. Miro a través de la ranura, al parecer el plan a surtido efecto, el guardaespaldas no está y el dueño está ataviado con un pijama de terciopelo azul, de pie ante la puerta entreabierta que da a las escaleras principales. El muy inepto espera que lleguen a informarle o evacuarle. Parece a punto de orinarse encima.

Abro el resto de la puerta lentamente, saboreando el momento. Aprovecho cada grito proveniente del piso de abajo para dar varios pasos más hacia mi objetivo, el cual parece estar sudando a causa de la falta de información. Tan solo un par de pasos nos separan, Cojo mi cuchillo favorito de su funda y lo saco con suavidad, sin hacer el más mínimo ruido. Mi mano derecha lo sujeta mientras flexiono los dedos de la izquierda, esta parte es delicada.

Paso mi mano derecha por debajo del cuello del objetivo y me sujeto la muñeca con la mano libre, la izquierda. Trato de girar sobre mí mismo mientras levanto ligeramente del suelo al sujeto; debo cerrar la puerta o un ruido inesperado puede echarlo todo a perder. Pero ese hombrecillo parece ser más duro de lo que pensaba, no me está dejando dominar la situación todo lo que quisiera...

He levantado mi talón izquierdo para empujar la hoja abierta de la puerta, pero el maldito hombrecillo ha aprovechado para desequilibrarme y hacernos caer a los dos. Sigo sujetándolo con fuerza, pero ya no tengo la misma ventaja... el objetivo me ha caído encima y hasta que no le haga perder el sentido me será imposible cerrar la puerta y preparar ligeramente el escenario para evitar sospechas hacia los clientes.

Tras más de cincuenta segundos de forcejeo ha dejado de retorcerse, creo que ha pasado el mayor peligro.

Me levanto apartando el cuerpo inconsciente con cuidado, lo arrastro hasta el borde de la cama, coloco una mano a cada lado de su cervicales y giro con un movimiento seco. Un crujido me confirma el trabajo bien hecho, solo me queda dejar el cuerpo en posición y salir por donde he venido.

Cojo el cuerpo y lo incorporo hasta dejar los hombros apoyados contra la mesita de noche, con la cabeza colgando en un ángulo inverosímil. Me giro hacia la puerta de la entrada con intención de cerrarla y caigo en mi error. ¡No he cerrado la puerta!

Un momento... alguien parece estar en el descansillo... ¡El guardaespaldas! ¿Qué es ese tubo de hierro con el que me apunta?

PUM


****************************

En fin, espero que os haya gustado. Tan solo pido que, si a alguien le gusta lo suficiente para postearlo en su blog, que ponga un link de mi página para que la gente pueda leerlo. Gracias.